domingo, 3 de octubre de 2010
martes, 3 de agosto de 2010
Formas de decir asombro sin palabras
Estos son algunos dibujos realizados por Duver Zapata, estudiante del colegio Nuestra Señora del Carmen de la vereda Encenillos. Con esta breve muestra, deseamos visibilizar las distintas manifestaciones que día a día aparecen en el desarrollo de los talleres de literatura.
No todos los participantes tienen la capacidad para componer un texto escrito. Pero en cambio cuentan con otras formas expresivas que, a través de la literatura, se despiertan y encuentran el cauce natural por el cual fluir.
Sin más preámbulos:
No todos los participantes tienen la capacidad para componer un texto escrito. Pero en cambio cuentan con otras formas expresivas que, a través de la literatura, se despiertan y encuentran el cauce natural por el cual fluir.
Sin más preámbulos:
viernes, 9 de julio de 2010
PALABRAS LIBERTARIAS.
EMANCIPACIÓN
Hölderlin expresó hace ya más de doscientos años que: “El hombre es un mendigo cuando reflexiona y un gran dios cuando sueña”. Lo que acaso él entendiera allí, en Hiperión, su obra luminosa, por pensamiento fue lo que también Nietzsche halló “responsable” del nihilismo, o sea, de la instauración y decadencia de “valores supremos” conforme a los cuales el hombre ha moralizado la naturaleza y a sí mismo, pretendiendo presidir todo, como si fuera el presidente mismo de la galaxia. Aún un poco más, aquel pensamiento que Heidegger consideró como el olvido del ser, ese pensamiento hecho a base de representaciones funcionales con que se mide, calcula y cuantifica al mundo. Abstracciones superficiales -pero eficaces- concretizadas en esta época de la técnica, o la “media técnica”. Abstracciones que huellan con el fango de sus pasos dominios científicos que amenazan la vida, instituciones que la aniquilan, o el ámbito nunca colmado de un tal mercado que, ni más ni menos, la prostituye. Se entiende, entonces, que ese pensamiento que haga mendigo al hombre no sea otro que aquel que se rige, meramente, pobremente, por los parámetros de la utilidad y la productividad. Un pensamiento que, lo único mágico que tiene, es el hacernos indigentes. Todo un harapo frente a un follaje de alas, o una constelación de árboles, qué se yo. Ante cosas, cuya naturaleza es la belleza o la libertad, contribuyentes, desde la inutilidad de lo invisible, a que la vida no se agote sólo en lo útil de lo visible. Pensamiento industrial que reduce el despliegue vital de todo ser a un círculo vicioso de producción y consumo, característico de casi todo lo que, instituyéndose como con carácter político y religioso, es susceptible de entenderse como empresa; piezas de un engranaje, de uno de esos sistemas totalitarios que, al parecer tan habitualmente, ha levantado el espíritu del hombre que no conoce límites para precipitarse a la muerte, sin haber despertado o descubierto siquiera la vida. En esta época crepuscular, sin embargo, eso parece no importar puesto que la voz cantante en las multitudes la lleva la propaganda y la televisión, encausándolas, en el fondo, a las ciegas guerras que sólo deja réditos a quienes la ejecutan. Y que se justifican por los intereses económicos del poder nacional o trasnacional cuyas ambiciosas demandas tienen el poder, incluso, de poner la educación a su servicio, instándola a suplir sus necesidades a como dé lugar, mediante “competencias” si quiere, puesto que ésta es la dinámica que caracteriza la supervivencia de las empresas en la salvaje civilización actual. La escuela deviene, en consecuencia, empresa afiliada a una gran cooperativa que reduce al individuo a ser, en vez de materia hermana, materia prima, recurso o capital humano, como se dice. El hombre de la escuela y el producto de la empresa se nivelan así en la categoría de la mercancía y se miden, para efectos humanos obviamente, según criterios como el tener, el deber o el hacer, en virtud de los cuales también el hombre se alejó de sí mismo y regresó, quién lo creyera, al terreno de las bestias más bestiales. Y el modo de enseñarle a conducirse y asumirse, por tanto, se convirtió en una especie de “educastración” que no reconoce que, lo más sublime e irreductible de sí mismo que a todos nos asiste, no consiste en ser un útil, sino tal vez, un sueño. Respecto a lo propiamente humano del hombre bien se expresó el poeta antioqueño José Manuel Arango al considerarlo, con objetiva observación, como aquel que “trae la calavera llena de sueños”. Más acá de la gran máquina en la que todo se concibe, más acá del pensamiento homogenizante que hace de las multitudes un peligro, verdadero terrorismo con que nos usan y consumen, yace la posibilidad de ser un dios que el poeta al principio nombrado situó en el sueño. Y éste como el escenario de una palabra que cante la gratuidad del hilo de luz que une el hombre a la tierra. Ser un dios no como un señor que dispone de todo como si la naturaleza fuera una vil esclava, sino como un ser puramente terrestre, un hombre formado como tal. Realización ética y estética que, desde la perspectiva de la libertad y la belleza, reintegre al hombre a las esferas de la armonía de las que lo excluyó un pensamiento que lo único que se le ocurre y se le ha ocurrido respecto al universo es una transacción comercial. Ser un hombre, pues, en el sentido de un sueño. De una palabra que exprese el grito, el silencio, la herida, otra vez el sueño. Un pensamiento que gestione la creación, el libre comercio de palabras que incendie la noche que ruge adentro.
En Alas del libro. Una aventura literaria, proyecto para la promoción de la lecto-escritura mediante talleres literarios desde el que hablo, ha querido propiciar en las jaulas de clase la recuperación de la palabra que nos dice. Con la que leemos y nos leemos los abismos. Con la que escribimos nuestro destino en la vieja página del mundo. Ha sido la ocasión para el sueño, para soñar despiertos un vuelo como el de Ícaro, bello no por sus alas de cera o de lenguaje, sino por la osadía de aproximarse a la experiencia de un instante con el sol. Se trata de un proyecto que convoca la apropiación de una palabra que atraviese la íntima espesura como un relámpago, o como un escarabajo en busca de savia. Una palabra de resistencia que horade en lo oscuro como dice el INFORME del poeta girardotano Pedro Arturo Estrada que aquí, finalmente, presento:
“No saben cantar, no entienden ,
la música, no leen. Pero se ríen con sorna
de nuestros cantos, de la música, de nuestros libros.
Nos traen la guerra, clausuran la fiesta,
Cierran todas las ventanas.
Por la calle zapatean con fuerza mientras amenazan
con la sombra de sus armas
el brillo mismo del sol en las paredes.
Barbotan sus enormes insultos, sus órdenes,
enseñando los puños.
Toman lo que quieren de nuestras mesas y abrazan
cuando les viene en gana a nuestras mujeres.
Saben a qué hora soñamos
para controlar posible fugas al paraíso.
Han echado abajo los templos, los jardines, el silencio.
Están por todos lados.
Pero alguien a punta de palabras
sigue horadando
en lo oscuro"
Por Eliú Epilaf
Ya decía Martí, en sus inspirados llamados a la emancipación de América, que no se trataba sólo de liberarse del yugo militar y administrativo de los invasores, ilegítimamente soberanos del territorio del “nuevo mundo”; la emancipación implicaba encontrar nuevas formas de gobierno, formas que nacieran de la misma América, y no meros mecanismos adoptados, copiados, repetidos de modelos extranjeros, promovidos por los mismos colonos expulsados a través de las armas por el pueblo sublevado. Se trataba pues de emancipar no sólo la tierra, sino también la mente.
Para Martí, no bastaba sólo con la victoria militar, la emancipación debía ocurrir en el corazón de cada hombre. Cada americano debía darse cuenta de su propia naturaleza, ser consciente de sí, de su independencia personal. Debía reconocer además su conexión insoslayable con un medio específico (atmosférico, geográfico, cultural, simbólico, histórico) imposible de desconocer si se quería encontrar la verdadera liberación.
Promover ideologías, dispositivos y sistemas que incorporaran al invasor simbólicamente en la estructura social de los nuevos estados, en reemplazo de cualquier manifestación autóctona de pensamiento capaz de configurar modos de gobierno distintos, fue la manera como los colonizadores escamotearon la independencia. Se esfumaron del territorio pero dejaron el montaje marchando a toda máquina. No hay que olvidar que justo por aquel entonces la revolución industrial tiraba sus primeras bocanadas de humo a la atmósfera.
Así, las ideas de república, de democracia, de derecho, de progreso, entre muchas otras, latentes ya en el fondo mismo del renacimiento europeo contemporáneo del holocausto americano, y concretadas en la ilustración, fueron las mismas ideas que, impuestas como modelos ejemplares, se hicieron hegemónicas en el nuevo mundo. Para ser reconocidas por el enemigo, las antiguas colonias americanas debieron convertirse en réplicas de aquel. Sólo así podrían participar del concierto de las naciones.
El modelo administrativo, económico, cultural, social, educativo, político… que adoptaron los emancipados, privó a toda una legión de pueblos de autodefinir cuál sería la manera como se gobernarían, cuales sus formas de producción, qué lo que necesitaban aprender para gozar verdaderamente de autonomía, independencia y libertad.
Identidad.
Siglos de feroz matanza casi desaparecieron la identidad del continente. Vaciada de identidad, América fue cera blanda en las manos de los colonos. Las mitologías de pueblos enteros dejaron de estar vivas para convertirse en apenas fábulas, cuentos inverosímiles relatados por antepasados remotos confundidos en la manigua de los tiempos.
Nueva fe, nuevo gobierno, nuevos vicios, nuevas pestes, fue lo que consiguió en prenda el “nuevo mundo” al ser invadido. La antigua civilización europea, con sus clásicos de cabecera tutelando las aventuras de los reinos de ultramar, aplastó, quemó, cercenó, descuartizó, ahorcó… toda manifestación de pensamiento americano que encontró a su paso.
Tribus como los Uitoto, perdidas en la amazonía profunda, lograron evitar por mucho tiempo el contacto con los colonos, por lo que mantuvieron intactos sus modos de vida hasta nuestros días. Sin embargo, el encuentro fue inevitable y ya todos sabemos las consecuencias.
Los conocimientos ancestrales de naciones enteras fueron desaparecidos del mapa. Quien no se declaraba converso a la nueva fe, era torturado. Quien no acataba las leyes del rey, era tirado a las mazmorras y dejado allí para que se pudriera en vida. La traición y la codicia, las enfermedades virulentas y la crueldad sin medida fueron el factor común que diezmó comunidades que si en algo se hermanaban era en la diferencia, en la diversidad. En las costas y en los andes, en los llanos y en las selvas, la esclavitud tuvo su reinado y la América toda cayó en la noche oscura de la patria.
A América le fue grabada con fierros al rojo la identidad del siervo. Y la cicatriz no ha sido borrada aún de su frente. Para curarse necesita desarrollar sus propios remedios y no seguir comprando cremas embellecedoras a las farmacéuticas canallas.
Independencia y Educación.
Resulta sintomático que nuestra “libertad” esté en deuda con intereses de imperios que, contemporáneos de los movimientos libertarios de América latina y propietarios de colonias en otras regiones del planeta, apoyaban al mismo tiempo las causas independentistas en contra de sus enemigos comerciales.
Se entiende pues que tengamos una independencia hipotecada, de la cual sacan muy buen provecho nuestros “aliados”. Las alcabalas, los impuestos, los tributos en contra de los cuales se levantaron los primeros brotes insurrectos, no han dejado de pagarse. Esta es apenas una de las razones por las cuales la de nosotros es una independencia dependiente, rara mezcla de nociones contradictorias.
Por otra parte, para nadie es un secreto la dependencia en términos de producción de conocimiento y tecnología. En Bolívar es claro que la idea de educación para los pueblos americanos es la misma que él había recibido en los claustros europeos. El hombre ilustrado debía nacer en América. Todo indígena, todo negro, todo criollo debía, no importaba sus necesidades específicas, transformarse en humanista. Debía enseñarse lógica e historia, de la misma manera como se enseñaba en las escuelas europeas, a los niños de las recientes repúblicas de los Andes.
Como sabemos, tal proyecto educativo, después de doscientos años, dizque apenas empieza a tener cobertura total, lo cual sigue siendo un sofisma estadístico. Y sin embargo, la aspiración de un hombre culto y consciente, y de una sociedad libre y en paz, se ha ido al traste. Nos han dado una educación de siervos. No hay nada en ella que sintamos propio. No hay nada en ella que nos identifique. Los símbolos, las cosmogonías, los relatos del mundo siguen siendo otros y no los nuestros. No sabemos quiénes somos. De dónde venimos. Para dónde vamos. Somos extranjeros para nosotros mismos. Fuimos lobotomizados de Colón hacia atrás y desde entonces el olvido se volvió consuetudinario a nuestros pueblos. Aprendimos a repetir todo cuanto había que repetir. Pero aún no decimos nuestras propias palabras.
Hace apenas un par de semanas una psicóloga de la secretaría de educación exponía desconsolada la grave descomposición social evidenciada en los alumnos de los colegios públicos en Girardota. Ahí está nuestro modelo educativo en todo su opaco esplendor.
UNA PÁGINA SOBRE EL PENSAMIENTO Y EL SUEÑO
Ya decía Martí, en sus inspirados llamados a la emancipación de América, que no se trataba sólo de liberarse del yugo militar y administrativo de los invasores, ilegítimamente soberanos del territorio del “nuevo mundo”; la emancipación implicaba encontrar nuevas formas de gobierno, formas que nacieran de la misma América, y no meros mecanismos adoptados, copiados, repetidos de modelos extranjeros, promovidos por los mismos colonos expulsados a través de las armas por el pueblo sublevado. Se trataba pues de emancipar no sólo la tierra, sino también la mente.
Para Martí, no bastaba sólo con la victoria militar, la emancipación debía ocurrir en el corazón de cada hombre. Cada americano debía darse cuenta de su propia naturaleza, ser consciente de sí, de su independencia personal. Debía reconocer además su conexión insoslayable con un medio específico (atmosférico, geográfico, cultural, simbólico, histórico) imposible de desconocer si se quería encontrar la verdadera liberación.
Promover ideologías, dispositivos y sistemas que incorporaran al invasor simbólicamente en la estructura social de los nuevos estados, en reemplazo de cualquier manifestación autóctona de pensamiento capaz de configurar modos de gobierno distintos, fue la manera como los colonizadores escamotearon la independencia. Se esfumaron del territorio pero dejaron el montaje marchando a toda máquina. No hay que olvidar que justo por aquel entonces la revolución industrial tiraba sus primeras bocanadas de humo a la atmósfera.
Así, las ideas de república, de democracia, de derecho, de progreso, entre muchas otras, latentes ya en el fondo mismo del renacimiento europeo contemporáneo del holocausto americano, y concretadas en la ilustración, fueron las mismas ideas que, impuestas como modelos ejemplares, se hicieron hegemónicas en el nuevo mundo. Para ser reconocidas por el enemigo, las antiguas colonias americanas debieron convertirse en réplicas de aquel. Sólo así podrían participar del concierto de las naciones.
El modelo administrativo, económico, cultural, social, educativo, político… que adoptaron los emancipados, privó a toda una legión de pueblos de autodefinir cuál sería la manera como se gobernarían, cuales sus formas de producción, qué lo que necesitaban aprender para gozar verdaderamente de autonomía, independencia y libertad.
Identidad.
Siglos de feroz matanza casi desaparecieron la identidad del continente. Vaciada de identidad, América fue cera blanda en las manos de los colonos. Las mitologías de pueblos enteros dejaron de estar vivas para convertirse en apenas fábulas, cuentos inverosímiles relatados por antepasados remotos confundidos en la manigua de los tiempos.
Nueva fe, nuevo gobierno, nuevos vicios, nuevas pestes, fue lo que consiguió en prenda el “nuevo mundo” al ser invadido. La antigua civilización europea, con sus clásicos de cabecera tutelando las aventuras de los reinos de ultramar, aplastó, quemó, cercenó, descuartizó, ahorcó… toda manifestación de pensamiento americano que encontró a su paso.
Tribus como los Uitoto, perdidas en la amazonía profunda, lograron evitar por mucho tiempo el contacto con los colonos, por lo que mantuvieron intactos sus modos de vida hasta nuestros días. Sin embargo, el encuentro fue inevitable y ya todos sabemos las consecuencias.
Los conocimientos ancestrales de naciones enteras fueron desaparecidos del mapa. Quien no se declaraba converso a la nueva fe, era torturado. Quien no acataba las leyes del rey, era tirado a las mazmorras y dejado allí para que se pudriera en vida. La traición y la codicia, las enfermedades virulentas y la crueldad sin medida fueron el factor común que diezmó comunidades que si en algo se hermanaban era en la diferencia, en la diversidad. En las costas y en los andes, en los llanos y en las selvas, la esclavitud tuvo su reinado y la América toda cayó en la noche oscura de la patria.
A América le fue grabada con fierros al rojo la identidad del siervo. Y la cicatriz no ha sido borrada aún de su frente. Para curarse necesita desarrollar sus propios remedios y no seguir comprando cremas embellecedoras a las farmacéuticas canallas.
Independencia y Educación.
Resulta sintomático que nuestra “libertad” esté en deuda con intereses de imperios que, contemporáneos de los movimientos libertarios de América latina y propietarios de colonias en otras regiones del planeta, apoyaban al mismo tiempo las causas independentistas en contra de sus enemigos comerciales.
Se entiende pues que tengamos una independencia hipotecada, de la cual sacan muy buen provecho nuestros “aliados”. Las alcabalas, los impuestos, los tributos en contra de los cuales se levantaron los primeros brotes insurrectos, no han dejado de pagarse. Esta es apenas una de las razones por las cuales la de nosotros es una independencia dependiente, rara mezcla de nociones contradictorias.
Por otra parte, para nadie es un secreto la dependencia en términos de producción de conocimiento y tecnología. En Bolívar es claro que la idea de educación para los pueblos americanos es la misma que él había recibido en los claustros europeos. El hombre ilustrado debía nacer en América. Todo indígena, todo negro, todo criollo debía, no importaba sus necesidades específicas, transformarse en humanista. Debía enseñarse lógica e historia, de la misma manera como se enseñaba en las escuelas europeas, a los niños de las recientes repúblicas de los Andes.
Como sabemos, tal proyecto educativo, después de doscientos años, dizque apenas empieza a tener cobertura total, lo cual sigue siendo un sofisma estadístico. Y sin embargo, la aspiración de un hombre culto y consciente, y de una sociedad libre y en paz, se ha ido al traste. Nos han dado una educación de siervos. No hay nada en ella que sintamos propio. No hay nada en ella que nos identifique. Los símbolos, las cosmogonías, los relatos del mundo siguen siendo otros y no los nuestros. No sabemos quiénes somos. De dónde venimos. Para dónde vamos. Somos extranjeros para nosotros mismos. Fuimos lobotomizados de Colón hacia atrás y desde entonces el olvido se volvió consuetudinario a nuestros pueblos. Aprendimos a repetir todo cuanto había que repetir. Pero aún no decimos nuestras propias palabras.
Hace apenas un par de semanas una psicóloga de la secretaría de educación exponía desconsolada la grave descomposición social evidenciada en los alumnos de los colegios públicos en Girardota. Ahí está nuestro modelo educativo en todo su opaco esplendor.
UNA PÁGINA SOBRE EL PENSAMIENTO Y EL SUEÑO
Por Lián-ju
Hölderlin expresó hace ya más de doscientos años que: “El hombre es un mendigo cuando reflexiona y un gran dios cuando sueña”. Lo que acaso él entendiera allí, en Hiperión, su obra luminosa, por pensamiento fue lo que también Nietzsche halló “responsable” del nihilismo, o sea, de la instauración y decadencia de “valores supremos” conforme a los cuales el hombre ha moralizado la naturaleza y a sí mismo, pretendiendo presidir todo, como si fuera el presidente mismo de la galaxia. Aún un poco más, aquel pensamiento que Heidegger consideró como el olvido del ser, ese pensamiento hecho a base de representaciones funcionales con que se mide, calcula y cuantifica al mundo. Abstracciones superficiales -pero eficaces- concretizadas en esta época de la técnica, o la “media técnica”. Abstracciones que huellan con el fango de sus pasos dominios científicos que amenazan la vida, instituciones que la aniquilan, o el ámbito nunca colmado de un tal mercado que, ni más ni menos, la prostituye. Se entiende, entonces, que ese pensamiento que haga mendigo al hombre no sea otro que aquel que se rige, meramente, pobremente, por los parámetros de la utilidad y la productividad. Un pensamiento que, lo único mágico que tiene, es el hacernos indigentes. Todo un harapo frente a un follaje de alas, o una constelación de árboles, qué se yo. Ante cosas, cuya naturaleza es la belleza o la libertad, contribuyentes, desde la inutilidad de lo invisible, a que la vida no se agote sólo en lo útil de lo visible. Pensamiento industrial que reduce el despliegue vital de todo ser a un círculo vicioso de producción y consumo, característico de casi todo lo que, instituyéndose como con carácter político y religioso, es susceptible de entenderse como empresa; piezas de un engranaje, de uno de esos sistemas totalitarios que, al parecer tan habitualmente, ha levantado el espíritu del hombre que no conoce límites para precipitarse a la muerte, sin haber despertado o descubierto siquiera la vida. En esta época crepuscular, sin embargo, eso parece no importar puesto que la voz cantante en las multitudes la lleva la propaganda y la televisión, encausándolas, en el fondo, a las ciegas guerras que sólo deja réditos a quienes la ejecutan. Y que se justifican por los intereses económicos del poder nacional o trasnacional cuyas ambiciosas demandas tienen el poder, incluso, de poner la educación a su servicio, instándola a suplir sus necesidades a como dé lugar, mediante “competencias” si quiere, puesto que ésta es la dinámica que caracteriza la supervivencia de las empresas en la salvaje civilización actual. La escuela deviene, en consecuencia, empresa afiliada a una gran cooperativa que reduce al individuo a ser, en vez de materia hermana, materia prima, recurso o capital humano, como se dice. El hombre de la escuela y el producto de la empresa se nivelan así en la categoría de la mercancía y se miden, para efectos humanos obviamente, según criterios como el tener, el deber o el hacer, en virtud de los cuales también el hombre se alejó de sí mismo y regresó, quién lo creyera, al terreno de las bestias más bestiales. Y el modo de enseñarle a conducirse y asumirse, por tanto, se convirtió en una especie de “educastración” que no reconoce que, lo más sublime e irreductible de sí mismo que a todos nos asiste, no consiste en ser un útil, sino tal vez, un sueño. Respecto a lo propiamente humano del hombre bien se expresó el poeta antioqueño José Manuel Arango al considerarlo, con objetiva observación, como aquel que “trae la calavera llena de sueños”. Más acá de la gran máquina en la que todo se concibe, más acá del pensamiento homogenizante que hace de las multitudes un peligro, verdadero terrorismo con que nos usan y consumen, yace la posibilidad de ser un dios que el poeta al principio nombrado situó en el sueño. Y éste como el escenario de una palabra que cante la gratuidad del hilo de luz que une el hombre a la tierra. Ser un dios no como un señor que dispone de todo como si la naturaleza fuera una vil esclava, sino como un ser puramente terrestre, un hombre formado como tal. Realización ética y estética que, desde la perspectiva de la libertad y la belleza, reintegre al hombre a las esferas de la armonía de las que lo excluyó un pensamiento que lo único que se le ocurre y se le ha ocurrido respecto al universo es una transacción comercial. Ser un hombre, pues, en el sentido de un sueño. De una palabra que exprese el grito, el silencio, la herida, otra vez el sueño. Un pensamiento que gestione la creación, el libre comercio de palabras que incendie la noche que ruge adentro.
En Alas del libro. Una aventura literaria, proyecto para la promoción de la lecto-escritura mediante talleres literarios desde el que hablo, ha querido propiciar en las jaulas de clase la recuperación de la palabra que nos dice. Con la que leemos y nos leemos los abismos. Con la que escribimos nuestro destino en la vieja página del mundo. Ha sido la ocasión para el sueño, para soñar despiertos un vuelo como el de Ícaro, bello no por sus alas de cera o de lenguaje, sino por la osadía de aproximarse a la experiencia de un instante con el sol. Se trata de un proyecto que convoca la apropiación de una palabra que atraviese la íntima espesura como un relámpago, o como un escarabajo en busca de savia. Una palabra de resistencia que horade en lo oscuro como dice el INFORME del poeta girardotano Pedro Arturo Estrada que aquí, finalmente, presento:
la música, no leen. Pero se ríen con sorna
de nuestros cantos, de la música, de nuestros libros.
Nos traen la guerra, clausuran la fiesta,
Cierran todas las ventanas.
Por la calle zapatean con fuerza mientras amenazan
con la sombra de sus armas
el brillo mismo del sol en las paredes.
Barbotan sus enormes insultos, sus órdenes,
enseñando los puños.
Toman lo que quieren de nuestras mesas y abrazan
cuando les viene en gana a nuestras mujeres.
Saben a qué hora soñamos
para controlar posible fugas al paraíso.
Han echado abajo los templos, los jardines, el silencio.
Están por todos lados.
Pero alguien a punta de palabras
sigue horadando
en lo oscuro"
miércoles, 12 de mayo de 2010
UNIVERSOS
Los cuatro textos siguientes son una breve muestra de la producción creativa de los alumnos de la Institución Educativa Nuestra Señora del Carmen, colegio rural de Girardota, municipio del departamento de Antioquia que, a su vez, pertenece a Colombia, país inexistente en cuanto no es dueño de sí sino mega-proyecto colonial de los monos -valga la palabra- ubicados en la parte norte del continente americano. Versan sobre el universo y están escritos por jóvenes del grado noveno, décimo y once que comienzan a soplar palabras al hálito infinito donde todo lo que pasa, pasa. Uno de esos pasos, por ejemplo, fue la tremenda pregunta de Zuleima Molina del grado décimo: "¿Será que estamos bien o nos estamos pudriendo espiritualmente?" Ahí los textos:
El universo.
El universo es algo maravilloso. Él está lleno de estrellas, planetas, soles, galaxias, etc. Yo me imagino el planeta lleno de muchos animales desconocidos. Una raza de humanos que tal vez no conocemos.
Me imagino al planeta cuando lo invadan los marcianos y los humanos haciéndose amigos de ellos. Me imagino el universo lleno de estrellas en forma de corazones y planetas, peces u otros animales que puedan hablar. También los animales jugando fútbol entre ellos mismos, jugando cartas y tomándose unas cervezas después de un partido.
Me imagino los extraterrestres invitándonos a jugar con ellos en su planeta; los árboles corriendo, las casas desplazándose de un lugar a otro, o las personas volando como un pájaro. O que tengamos poderes. O que las estrellas se puedan coger. El universo debe ser maravilloso, imagino.
Daniela Galeano Bustamante. Noveno grado.
Cuando miramos una hormiga y tratamos de imaginarnos en su pequeño mundo nos sentimos pequeños y con altivez nos burlamos de estos pequeños seres. Pero, ¿acaso no somos igual de diminutos a las hormigas?
En un universo sin fin nada es tan grande y nada es tan pequeño. Y ahí, en ese infinito lugar de dudas se encuentran muchas respuestas a lo que parecía no tenerlas.
¿Qué misterios guarda el universo? Tratar de imaginarlo es imposible, porque en nuestra existencia hay límites, pero en el universo no hay ninguno.
Duber Osorio. Décimo grado.
………………………………………………………………………………………………………………………………………..
Sólo para usted grande e infinito universo el cual no puedo apreciar con total claridad, quiero decirle que en realidad tengo muchas dudas frente a usted, lo que pienso, cómo lo veo, cómo lo trato, etc.
Sé que tú puedes dominarme por ser yo más pequeño que tú. En realidad no sé hasta que límites puedas llegar. Sólo sé que tú con pensarlo puedes destruirme a mí y a miles de millones de personas. Yo a tu lado me siento como una pequeña partícula de la tierra, como nadie, como lo más diminuto, como si para ti no existiera. Sólo piensa, recapacita y sé que puedes lograr vivir muchos años luz más.
Andrés Felipe Alzate. Undécimo grado
¿Universo?
¿Qué hace la humanidad al preocuparse por… ti, por los demás? ¡Ah! ¿Qué hacen?
¿Qué haces tú pensando en él, en ella, en… autos? ¿Qué haces…? ¿Y tú donde quedas? ¿Qué pasa contigo?
Universo, te diré unas cuantas palabras; palabras de solicitud, espero me escuches muy bien: ¡Déjame en paz! Deja de mostrarme tantas cosas que me atormentan. Cosas por aquí, cosas por allá que cada día me dicen que las entienda, que las descubra, que las conozca; cosas que hacen ocuparme de ellas. Y de mí, ¿qué?
Más bien muéstrame la luz, pero no esa luz opaca, esa luz pasada, que nunca llega en mi presente, que siempre llega tarde. Pues he tenido deseo de abrazar, besar, acariciar…a una mujer. O he querido pelear contra mi enemigo que me atormenta. Pero nunca me abrazo ni me beso yo. No me intereso por conocerme yo. Ni tampoco peleo contra mí mismo, sabiendo que soy yo quien provoco al enemigo.
Por eso muéstrame solo luz; que con ella iluminaré mi alma, mi cuerpo; y así iluminaré lo que en ti más hay.
Dairo Vanegas. Undécimo grado.
martes, 20 de abril de 2010
POR SI NO LO SABÍAS
Hacerlo de pie fortalece la columna,
boca abajo estimula la circulación de la sangre,
boca arriba es más placentero,
hacerlo sólo es bonito, pero egoísta,
en grupo puede ser divertido,
en el baño es muy digestivo,
en el coche puede ser peligroso...
Hacerlo con frecuencia
desarrolla la imaginación,
entre dos enriquece el conocimiento,
de rodillas resulta doloroso...
En fin, sobre la mesa o sobre el escritorio,
antes de comer o de sobremesa,
sobre la cama o en la hamaca,
desnudos o vestidos,
sobre el césped o la alfombra,
con música o en silencio,
entre sábanas o en el baño:
Hacerlo, SIEMPRE es un acto de amor.
No importa la edad, ni la raza, ni el credo,
ni el sexo, ni la posición económica...
... Leer siempre es un placer.
lunes, 12 de abril de 2010
LA VIDA SEGÚN QUINO.
… Pienso que la forma en que la vida fluye está mal. Debería ser al revés: Uno debería morir primero para salir de eso de una vez.
Luego, vivir en un asilo de ancianos hasta que te saquen cuando ya no eres tan viejo para estar ahí.
Entonces empiezas a trabajar, trabajar por cuarenta años hasta que eres lo suficientemente joven para disfrutar de tu jubilación.
Luego fiestas, parrandas, alcohol. Diversión, amantes, novios, novias, todo, hasta que estés listo para entrar a la secundaria…
Después pasas a la primaria y eres un niñ@ que se la pasa jugando sin responsabiliddes de ningún tipo…
Luego pasas a ser un bebé, y vas de nuevo al vientre materno, y ahí pasas los mejores y últimos 9 meses de tu vida flotando en un líquido tibio, hasta que tu vida se apaga en un tremendo orgasmo…
¡¡¡ESO SÍ ES VIDA!!!
lunes, 1 de marzo de 2010
Vereda el Para(d)íso
Paraíso es cualquier lugar en el que haya una finca, o una urbanización, o un barrio. Dios, por ejemplo, hizo su propio paraíso según sus gustos y necesidades: muchos árboles, muchos ríos, muchos animales, y en general muchas clases de maravillas naturales. En el paraíso de Dios todos están desnudos. Des-nudos.
Pero más específicamente el paraíso es una vereda. Una vereda con mar. Playas nudistas y buenos sitios para acampar. No obstante, para estar allí es necesario haber sido previamente desparasitado, purgado, limpiado de toda ciencia y de todo conocimiento sobre el bien y sobre el mal. Quien no cumpla con estos requisitos no podrá entrar, naturalmente, ya que en la portería hay que presentar los carnés de vacunas y certificados correspondientes.
También es necesario dejar la ropa a la entrada, no vaya a ser que a alguien se le ocurra ponerse, digamos, unos brasieres, o una corbata. Eso sería inadmisible. El paraíso tienes sus propias reglas y no somos quienes para pasarlas por alto. Todos deben estar desnudos y punto. Des-nudos. Hasta los pájaros y los mamíferos y los insectos prescinden allí de sus plumas y sus pelajes y sus corazas.
Así pues, no es sólo como dice don Jaime Jaramillo, que donde se esté desnudo allí estará el paraíso. Es necesario además tener desparasitado el corazón. Sólo tal vez así, y eso que quién sabe, puesto que al paraíso le gusta mudarse a menudo, podamos disfrutar de aquellas paradisíacas empelotadas.
martes, 16 de febrero de 2010
A PROPÓSITO DEL PARAÍSO
Recordar el paraíso es caer a ese presente en que no lo tienes ya. La realidad te depara sus hipérboles y tú los traduces en una oración construida a base de hipérbaton. Crees que la existencia es un taller para reparar heridos de nacimiento. El paraíso, ese paisaje con alas migratorias, se te antoja la cruda realidad de haber visto una noche temblar a tu madre por sus dolores lunares en el óvulo. Te afirmas a ti mismo con fragilidad. Niegas que el paraíso sea la contradicción. En cuestiones de origen o de principios nunca has acertado.
Ahora que piensas, por otra parte, piensas que el paraíso no es pensamiento. Lo sientes, más bien, como un río de estrellas atravesado por los gritos que dios profiere, cuando en distantes regiones insondables, o en la levedad de la vida humana, canta altas tragedias. Dulces y azules que le pone a la muerte así como así. Deus ex machina obrando seres mortales como pavesas que vuelan de su sonrisa infinita. En fin, digamos, qué más da, que es de allí, de ese surgimiento, desde donde se entiende aquello de que el paraíso es una mermelada de inexistencia que buscan los eternamente perdidos.
El paraíso, tú qué sabes, es un niño con los ojos abiertos o un muerto con los ojos cerrados, un ángel en llamas o el grito liberador y libertario de las bestias. Mejor dicho, es un saber perdido entre la maleza que crece en los sueños del hombre. Porque si hay certezas admitirás que, ahora, el paraíso es un mito manzanoso y medio envenenado por los discursos que escupen todos los púlpitos; que no puede haber paraíso donde hay “paras”. Asentirás, pues, con toda la fuerza de tu escepticismo que, ahora, el paraíso es el nombre de un almacén que viste la selva con ropa interior, o el letrero de neón de un antro poblado por soldados abatidos y prostitutas cansadas.
Tal vez - ¡eso si es una palabra firme!- el nombre del paraíso pueda ser, otra vez, un día, el de utopía. Mas a qué desvariar. El paraíso es apenas un vocablo inscrito en las hojas antiguas de los libros sagrados. Sólo leyendas primitivas que vuelven en sueños, con sus espejos reconstruidos y su forma de corazón y sus raíces de silencio. A qué desvariar más, si sólo vuelven en sueños a roerte la costilla.
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