Paraíso es cualquier lugar en el que haya una finca, o una urbanización, o un barrio. Dios, por ejemplo, hizo su propio paraíso según sus gustos y necesidades: muchos árboles, muchos ríos, muchos animales, y en general muchas clases de maravillas naturales. En el paraíso de Dios todos están desnudos. Des-nudos.
Pero más específicamente el paraíso es una vereda. Una vereda con mar. Playas nudistas y buenos sitios para acampar. No obstante, para estar allí es necesario haber sido previamente desparasitado, purgado, limpiado de toda ciencia y de todo conocimiento sobre el bien y sobre el mal. Quien no cumpla con estos requisitos no podrá entrar, naturalmente, ya que en la portería hay que presentar los carnés de vacunas y certificados correspondientes.
También es necesario dejar la ropa a la entrada, no vaya a ser que a alguien se le ocurra ponerse, digamos, unos brasieres, o una corbata. Eso sería inadmisible. El paraíso tienes sus propias reglas y no somos quienes para pasarlas por alto. Todos deben estar desnudos y punto. Des-nudos. Hasta los pájaros y los mamíferos y los insectos prescinden allí de sus plumas y sus pelajes y sus corazas.
Así pues, no es sólo como dice don Jaime Jaramillo, que donde se esté desnudo allí estará el paraíso. Es necesario además tener desparasitado el corazón. Sólo tal vez así, y eso que quién sabe, puesto que al paraíso le gusta mudarse a menudo, podamos disfrutar de aquellas paradisíacas empelotadas.