martes, 16 de febrero de 2010

A PROPÓSITO DEL PARAÍSO


Recordar el paraíso es caer a ese presente en que no lo tienes ya. La realidad te depara sus hipérboles y tú los traduces en una oración construida a base de hipérbaton. Crees que la existencia es un taller para reparar heridos de nacimiento. El paraíso, ese paisaje con alas migratorias, se te antoja la cruda realidad de haber visto una noche temblar a tu madre por sus dolores lunares en el óvulo. Te afirmas a ti mismo con fragilidad. Niegas que el paraíso sea la contradicción. En cuestiones de origen o de principios nunca has acertado.

Ahora que piensas, por otra parte, piensas que el paraíso no es pensamiento. Lo sientes, más bien, como un río de estrellas atravesado por los gritos que dios profiere, cuando en distantes regiones insondables, o en la levedad de la vida humana, canta altas tragedias. Dulces y azules que le pone a la muerte así como así. Deus ex machina obrando seres mortales como pavesas que vuelan de su sonrisa infinita. En fin, digamos, qué más da, que es de allí, de ese surgimiento, desde donde se entiende aquello de que el paraíso es una mermelada de inexistencia que buscan los eternamente perdidos.

El paraíso, tú qué sabes, es un niño con los ojos abiertos o un muerto con los ojos cerrados, un ángel en llamas o el grito liberador y libertario de las bestias. Mejor dicho, es un saber perdido entre la maleza que crece en los sueños del hombre. Porque si hay certezas admitirás que, ahora, el paraíso es un mito manzanoso y medio envenenado por los discursos que escupen todos los púlpitos; que no puede haber paraíso donde hay “paras”. Asentirás, pues, con toda la fuerza de tu escepticismo que, ahora, el paraíso es el nombre de un almacén que viste la selva con ropa interior, o el letrero de neón de un antro poblado por soldados abatidos y prostitutas cansadas.

Tal vez - ¡eso si es una palabra firme!- el nombre del paraíso pueda ser, otra vez, un día, el de utopía. Mas a qué desvariar. El paraíso es apenas un vocablo inscrito en las hojas antiguas de los libros sagrados. Sólo leyendas primitivas que vuelven en sueños, con sus espejos reconstruidos y su forma de corazón y sus raíces de silencio. A qué desvariar más, si sólo vuelven en sueños a roerte la costilla.